Fue muy divertido crear un cuento entre
todos, me toco un grupo muy divertido. Es la primera vez que utilizamos el
Internet para trabajar de a muchos. No fue complicado usar el programa, pero
costaba que todos entren a trabajar o a veces ponerse de acuerdo cuando no te
estabas hablando frente a frente con la otra persona, si no en la computadora.
No tuvimos problemas para decidirnos que ideas usar, ya que todas eran bastante
parecidas. Todos participamos, algunos más y algunos menos, pero no hubo ningún
conflicto ni desacuerdo. Yo creo que logramos un hermoso producto.
Lo bueno de trabajar con este grupo era que
todos se especializaban en algo, así que nos fuimos complementado, tal vez
alguno sabia escribir de una forma mas estética y otro tenia ideas mas
creativas entonces todo quedaba muy bueno. Me di cuenta que todos estábamos muy
relajados y había días que nadie entraba al documento por eso llegaba la fecha
de revisión y siempre había uno que debía terminar el cuento, ya que los otros
estaban ocupados o tenia cosas que hacer. Pero para la próxima ya sabremos como
es la dinámica del trabajo, porque como decía la profesora es una primera
experiencia y todos estábamos aprendiendo a trabajar así.
Este trabajo me enseño muchas cosas, tanto
usar un programa como también a trabajar con un grupo y saber compartir ideas y
aceptar otras. Es divertido a veces salir del ámbito de papel y lápiz y ponerse
a trabajar de esta manera.
Este es el
producto final:
Juanito miró su
chocolatada, se imaginó un río con barcos de cacao y marineros de azúcar.
—¡Vamos, hijo! —lo
apuró su mamá —¡Vas a llegar tarde!
Juanito levantó la
mirada, una mirada que reflejaba ternura, esperanza, pero también ganas de
quedarse en casa. Le dio un beso a su mamá, tomó su mochila y comenzó el viaje.
Era
una mañana calurosa, el reflejo del sol lo abrazaba por la espalda y se sentía realmente
encantador. La escuela no estaba muy lejos ni muy cerca. A Juanito le gustaba
caminar hacia allá. Llevaba una libreta donde anotaba todo, todo lo que se le
ocurría y le parecía interesante.
Como
siempre, después de la escuela, Juanito caminaba hasta un solitario basural que
se encontraba cerca de su casa. Allí se pasaba un buen rato pensando y con
metales, restos de plástico y alguna que otra cosa que encontraba por ahí,
comenzaba a construir pequeñas esculturas y juguetes. Le encantaba este momento
del día cuando hacía lo que realmente le gustaba hacer.
Un día
como todos los otros, luego de una jornada de escuela, Juanito iba camino
al basural, y justo cuando ya se preparaba para dirigirse a su casa, un hombre
comenzó a acercarse como en sombras ya que la luz del sol del atardecer le
pegaba en la espalda.
—¡Hola! Soy Germán
—se presentó el peculiar hombre cuando ya Juanito pudo reconocer su rostro. Vio
que era alto, muy flacucho, que tenía una sonrisa bastante compradora y una
mirada que escondía algo.
—Hola —dijo
Juanito ignorándolo.
“Mamá dice que no
hable con extraños”, pensó al verlo. Germán se sentó al lado de Juanito,
apoyándose en una montañita de almohadones que había por ahí.
—¿Los hiciste vos?
—preguntó. encantaba este
momento del día cuando hacía lo que realmente le gustaba hacer.
Un día
como todos los otros, luego de una jornada de escuela, Juanito iba camino
al basural, y justo cuando ya se preparaba para dirigirse a su casa, un hombre
comenzó a acercarse como en sombras ya que la luz del sol del atardecer le
pegaba en la espalda.
—¡Hola! Soy Germán
—se presentó el peculiar hombre cuando ya Juanito pudo reconocer su rostro. Vio
que era alto, muy flacucho, que tenía una sonrisa bastante compradora y una
mirada que escondía algo.
—Hola —dijo
Juanito ignorándolo.
“Mamá dice que no
hable con extraños”, pensó al verlo. Germán se sentó al lado de Juanito,
apoyándose en una montañita de almohadones que había por ahí.
—¿Los hiciste vos?
—preguntó.
—Sí—volvió a
responder el niño, con vergüenza y distancia.
—¿Te pasa
algo?—dijo Germán.
—No—contestó.
Juanito no quería
saber nada de nada. No tenía ganas de hablar, y menos con alguien que no
conocía. Generalmente a la salida de la escuela no estaba de muy buen humor,
además quería llegar a casa para merendar las galletitas y la chocolatada que
su abuela siempre le tenía preparadas. ¡Tantos minutos de interesantísimas
historias de la abuela se estaba perdiendo! Se quería ir ya. Cuando Juanito se
levantó para irse a su casa, Germán, lo tomó del brazo:
—¿Qué te parece si
me enseñas a hacer esas esculturas?
El chico lo pensó
un buen rato y al final se decidió:
—Está bien, pero
solo me puedo quedar un rato más —le contestó sin muchas ganas.
—Gracias
—respondió alegremente Germán, mientras se sentaba más c—¿Te pasa
algo?—dijo Germán.
—No—contestó.
Juanito no quería
saber nada de nada. No tenía ganas de hablar, y menos con alguien que no
conocía. Generalmente a la salida de la escuela no estaba de muy buen humor,
además quería llegar a casa para merendar las galletitas y la chocolatada que
su abuela siempre le tenía preparadas. ¡Tantos minutos de interesantísimas
historias de la abuela se estaba perdiendo! Se quería ir ya. Cuando Juanito se
levantó para irse a su casa, Germán, lo tomó del brazo:
—¿Qué te parece si
me enseñas a hacer esas esculturas?
El chico lo pensó
un buen rato y al final se decidió:
—Está bien, pero
solo me puedo quedar un rato más —le contestó sin muchas ganas.
—Gracias
—respondió alegremente Germán, mientras se sentaba más cerca de Juanito para
verlo trabajar. Pasaron casi toda
la tarde diseñando juguetes. Cuando Juanito se fue de aquel basural, Germán
pensó: “Ahora que ya tengo los juguetes y los sé hacer los presentaré en
el museo de Arte y Reciclaje.”
Germán presentó
sus esculturas al día siguiente e inmediatamente fueron admiradas y
aceptadas para presentar en una muestra que empezó a organizarse para la semana
siguiente.
La muestra fue un
verdadero éxito. La gente se maravillaba con los juguetes que Germán le había
robado a Juanito.
Al día siguiente, el niño se despertó, pero esta vez con un
presentimiento de que algo iba a pasar, ni bueno ni malo, algo. Su mamá le
sirvió el desayuno, pero la chocolatada se había acabado, en ese mate cocido
algo malo se reflejaba. Prendió la tele, y fue cuando lo vio: “Artistas en la
oscuridad”, decía el título de la noticia. “Impresionantes esculturas fueron
presentadas en el museo de arte y reciclaje del pueblo, llegarían a pagar
100.000 pesos por cada una de ellas.” Juanito salió por
la ventana, se sentía un super espía, como esos que veía en las películas con
su papá cuando no tenía que ir a trabajar. Lamentaba mucho no poder contarle a
nadie, pero esto lo tenía que resolver él solo.
El amanecer lo
perseguía, Juanito por fin llegó al museo. Muy cansado esperó en la fila a que
abriera la muestra, ya le había dado hambre así que era hora de saborear una
deliciosa galletita. ¡Cómo le hacían acordar a la abuela! Esta iba a ser una
gran historia que contaría a sus nietos.
La hora de
apertura comenzó y Juanito no podía más de los nervios, no sabía lo que iba a
decir ni cómo lo iba a enfrentar. Entró a la sala principal. Sus manos estaban
tan transpiradas..., tenía como un mar de palabras que querían salir. Se paró
firme, no podía creer lo que estaba haciendo, fue cuando Germán apareció.
—¡Ey amigo!— gritó
Germán —¡Viniste!
Juanito no podía
más de la rabia, le estaba diciendo “amigo”. ¿Amigo a él? ¿Qué clase de amigo
hace eso? Fue entonces cuando respondió: —Vos me robaste
las esculturas. ¿Qué clase de “amigo” hace eso?
Germán lo miro desde arriba, con una sonrisa desafiante le dijo:
—Vos no sos nadie,
no tenés el valor. ¿Crees que a alguien le importa que sean tuyas las
esculturas? Un niño como vos no podría llegar a ningún lado.
—Juanito lo miró y
con una lágrima deslizándose por su mejilla lo señaló con el dedo:
—Prefiero ser todo
eso antes que una mala persona como vos. Ya vas a ver.
Esa misma tarde,
Juan volvió al museo, pero esta vez intentó que Germán no lo viera. Se metió a
la oficina del gerente del museo.
—Disculpe, señor,
tengo que hablar con usted— dijo Juanito.
El gerente lo miró
con cara de desagrado
—Rápido, ¿qué
querés?— respondió.
—Las esculturas de
Germán no son de él, son mías, yo las hice, él me las robó— dijo desesperado. —Nene, retírate de
acá, no me hagas perder el tiempo.
Juanito salió de
la oficina muy decepcionado, se sentó en el cordón de la vereda y tiró su
mochila a su lado. Un ruido se sintió.
—¡La
escultura!—gritó de alegría.
Agarró la mochila
y corrió a la entrada del museo de arte y reciclaje.
—Señor, señor—
entró gritando —tengo que hablar con usted
El gerente lo
miró:
—¿Otra vez vos,
nene?—. El gerente le dio la espalda y siguió hablando con sus compañeros. “Si
no me quiere prestar atención, todos lo harán” pensó Juan.
—¡Germán es un
trucho! Las esculturas las hice yo, miren.
Sacó de la mochila
su tesoro más valioso y todos se sorprendieron al verlo.
—¿Y cómo lo vas a
probar? Seguramente la robaste de acá —dijo el gerente. Juanito le sonrió y en
ese momento Germán entró por la puerta:
—¿Qué pasa acá?
—preguntó —Yo seré un chico
pobre, pero no soy un pobre chico, y no seré vencido por ninguna circunstancia,
y menos por un roba esculturas!— dijo señalándolo a Germán.
El pequeño se
dirigió hacia el gerente y le mostró que debajo de esa escultura que él había
traído, estaba la marca de su nombre, esa misma marca estaba en cada una de las
demás obras de arte. Todo el museo sorprendido abucheó a Germán y éste señaló
al niño al grito de “mentiroso, trucho, farsante”. Pero nadie le prestó
atención. Los guardias agarraron a Germán de los brazos y lo sacaron afuera.
—Todo tu dinero
será retirado—dijo el gerente —pero lo peor de todo es que nadie olvidará algo
como esto.
Germán lo miró,
después miró a Juanito que estaba a su lado muy sonriente:
—Me las vas a
pagar— repitió una y otra vez a Juanito. Cuando volvieron a
entrar al museo, miles de personas estaban aplaudiendo al niño. Se sentía de
maravilla. Al finalizar la muestra, el gerente y Juanito hablaron en la
oficina, el mayor propuso invitar a los padres a la reunión, pero Juanito
respondió que prefería no involucrarlos, ellos no sabían nada. El gerente le
explicó cómo funcionaba esta empresa y le explicó que todo el dinero que Germán
había recaudado le pertenecía. Juanito no lo aceptó, pero el gerente no
podía conformarse: el dinero era de él. Fue cuando se le ocurrió: “Una escuela
de arte, eso es lo que quiero”. El gerente muy sorprendido, aceptó y llamó a
sus mejores empresarios. La obra comenzaría de inmediato.
Meses después, el
edificio estaba terminado y Juanito estaba muy ansioso. No sólo porque le había
dado trabajo a su familia y amigos, sino porque también había creado un lugar
donde los chicos podrían desarrollar su creatividad y olvidarse de sus
problemas.
“El
barrilete de papel”, se llegaba a leer desde afuera. Además de las miles de
actividades planeadas y controladas por magníficos artistas dentro del instituto estaba
la hora preferida de Juanito. Llegadas las cinco de la tarde, los chicos de las
distintas aulas se reunían todos juntos en un comedor enorme y grande. Allí
merendaban chocolatada con galletitas y unas cincuenta abuelas estaban listas
para contar interesantísimas historias que nadie nunca quería perderse. Juanito
pensaba que era el momento mas hermoso del día. En cada suave palabra que salía
formando un llamativo sonido, un chico comenzaba a volar en las mágicas tierras
de la imaginación. Y eso era lo mas hermoso del mundo.
Fin
Autores: Belen Migale
Gregorio Perez Lomban
Franco Gatto Paz
Valentina Novo